4 mayo, 2024

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Qué cambia en una obra de arte cuando pasa de la sala del museo al teatro

Hasta el 2 de julio en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires se desarrolla el ciclo "El borde de sí mismo" cerca al teatro con las artes visuales y toca otros lenguajes artísticos.
El ciclo cuenta con curadura de Javier Villa y Alejandro Tantanian Foto Jazmn Tesone
El ciclo cuenta con curaduría de Javier Villa y Alejandro Tantanian / Foto: Jazmín Tesone.

El ciclo «El borde de sí mismo» que se desarrolla hasta el 2 de julio en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires propone un acercamiento entre teatro y artes visuales, con el acento en ese gravitar entre disciplinas, y aquello que sucede en el cambio de lenguaje o registro, algo que han experimentado artistas como Eduardo Basualdo con «Obra del demonio», Marina de Caro con «El universo en un hilo» o el colectivo Tótem Tabú en el más reciente estreno del mencionado ciclo. ¿Pero cambia en algo para un artista cuando realiza su obra para el museo o la galería, a cuando lo hace para una puesta teatral?

Diseñar escenografías y vestuarios para obras teatrales no es algo novedoso en el ámbito de las artes visuales. Ha ocurrido en numerosas oportunidades a lo largo de la historia y basta pensar en Leonardo da Vinci, quien dejó miles de escritos como trabajador de la Corte en su condición de regisseur, por la que fue escenógrafo, vestuarista y director de espectáculos.

Pero el teatro -reza el dicho- tiene su magia y a veces la operatoria de subir a escena una «obra de arte» se transforma en algo más. Entonces, otras cosas empiezan a suceder.

Es cierto que el ciclo en el Museo Moderno -con curaduría de Javier Villa y Alejandro Tantanian– hace su apuesta principalmente por el ensayo y el error compartido con los espectadores, y por organizar un tiempo escénico que permita compartir el proceso y la construcción de la obra para los artistas, es decir, por la posibilidad de experimentar, con invitados acostumbrados a los museos y a las galerías de arte. Entonces, ¿cambia algo en el registro de un lenguaje u otro, teniendo en cuenta los contextos diversos? ¿Una vez arriba del escenario, los artistas logran descubrir algo inherente a su trabajo que no habían visto al desplegar sus piezas en una sala?

Foto Marina de Caro
Foto: Marina de Caro.

En 2022, el artista Eduardo Basualdo presentó en el Museo de Arte Moderno su exposición «Pupila», un viaje imaginario a las profundidades de la mente humana, a través de un sueño cronológico, desplegado primero en el papel, materializado finalmente en la última sala del recorrido, como una gran pesadilla: una instalación negra, imponente, de 150 metros cuadrados. La narración ficticia comenzaba con el solitario dibujo de una casa en un árido paisaje, amenazada por una inmensa roca negra a punto de tocar la azotea, hasta caer con consecuencias estrepitosas, como metáfora del espacio mental donde uno mismo está confinado.

Luego, entre febrero y marzo de este año, la bailarina y coreógrafa Diana Szeinblum tomó la liturgia de Pina Bausch -y la escenografía de Basualdo- para presentar en el Cervantes «Obra del demonio», con 12 performers en escena poniendo en contexto la pieza escultórica del artista como no había sucedido antes, generando múltiples y fascinantes lecturas.

«En este espectáculo pude exhibir una dimensión performática que mi obra ya posee pero que no se suele ver en los espacios de artes visuales. Es algo que siempre veo durante la construcción y montaje de mis instalaciones. En ese proceso aparecen un montón de escenas y movimientos simbólicamente potentes que son muy difíciles de mostrar por la naturaleza de los espacios de exhibición, y que desaparecen a la hora de mostrar. Por eso en el teatro apareció eso que sucede en mi obra mientras se está produciendo», cuenta a Télam Basualdo.

En un principio, el artista que exhibió en la Bienal de Venecia 2016 fue convocado como escenógrafo y realizó el ejercicio de pensar en nuevas escenografías pero por la lógica del proceso creativo y por las condiciones del teatro resultó natural «construir la obra Pupila sobre el escenario», junto con los imaginarios múltiples de los performers, y develar en escena la dimensión performática que su trabajo ya alberga.

Para este creador, «el teatro tiene un factor increíblemente distinto con respecto a una sala de arte que es la repetición constante. El teatro se repite cada noche y nosotros, los artistas, estamos acostumbrados a hacer cosas distintas cada vez. Y luego, lo diferente es el silencio del rito teatral, es una maravilla para observar cualquier cosa, una atención que en las artes visuales es difícil de conseguir», compara.

Foto Jazmn Tesone
Foto: Jazmín Tesone.

Analizando lo que ocurre con sus instalaciones de carácter inquietante, afirma: «Por la dinámica propia de las artes visuales, suelo mostrar un instante de una historia pero esta obra de teatro me permitió contar un fragmento mayor. En mis exposiciones siempre algo parece haber sucedido o estar a punto de suceder; bueno, acá sucedía. Quizás ese es el punto clave, en mi obra siempre juego con ese estado liminal, algo a punto de morir o a punto de nacer; en el teatro mueren y nacen cada noche», abrevia.

Para la artista Marina de Caro, quien en 2017 presentó en el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata su ópera «El universo en un hilo», pensada y concebida por entero, y que había sido previamente una obra escultórica para la Bienal de Lyon 2010, el disparador fue explorar una dimensión del cuerpo que aún no había trabajado en sus producciones: la sonoridad, el cuerpo como caja de resonancia.

«El universo en un hilo nace a partir de un texto, de un poema visual y de su lectura», detalla a Télam la artista marplatense que concibió el proyecto en su totalidad: la dramaturgia, el vestuario, la escenografía, la coreografía, «todo», enfatiza.

En sus obras, De Caro suele empujar las fronteras de su propia poética para analizar en forma exhaustiva las posibilidades que ofrecen el arte y la imaginación. Así, construye expresiones de deseo de nuestros cuerpos y para nuestros cuerpos.

«Como artista visual, lo que tiene de interesante producir para un teatro es comenzar a armar un proyecto donde la visualidad no está a merced de un texto o de una composición musical sino que lo visual es lo gestante del proyecto. Es como una sinfonía donde todas las disciplinas tienen la misma categoría y no un trabajo desde una narrativa. Cada disciplina hace su aporte para poder armar esa gran obra, esa ópera, donde todas dialogan con una misma jerarquía», explica la artista que fue curadora educativa de la Bienal del Mercosur (2009).

Acostumbrada a trabajar con pintura, escultura, instalación y performance, con un trabajo enfocado en la condición del cuerpo, De Caro ambientó su puesta en un taller de tejido donde terminó conjugando imagen, sonido, musicalidad y movimiento.

Foto Nahuel Vargas
Foto: Nahuel Vargas.

«Me interesa darle otra importancia a la visualidad en los espacios escénicos, que no esté siempre acompañando una narrativa. La visualidad también es un texto y como tal debiera ser exhibido», desmenuza esta creadora que había realizado el vestuario para la obra teatral «Las islas». Al referirse a los vínculos posibles entre teatro y artes visuales, señala que «hay muchos tipos de diálogos entre directores y artistas visuales, podes trabajar muy a la par construyendo creativamente, o podés acompañar dentro de una propuesta específica».

La tercera edición del ciclo «El borde de sí mismo», que finaliza el 2 de julio y lleva por lema «Exploraciones desde un espacio exterior», incluyó en estos meses obras teatrales a cargo de los artistas Ernesto Ballesteros, Porkería Mala y el colectivo Tótem Tabú, integrado por Malena Pizani, Hernán Soriano y Laura Códega, quienes idearon, dirigieron, produjeron y diseñador la luz, el sonido y la música para su obra «Burro», su incursión en el mundo de las tablas.

«Desde sus inicios, Tótem Tabú ha realizado obras para espacios a los que asiste mucho público y para los que, necesariamente, hemos tenido que hacer trabajos de gran envergadura. Si bien no habíamos hecho teatro antes, sí habíamos tenido que atajar desafíos a los que no estábamos habituados. Lo que sí fue diferente en este caso es el trabajo con actores, que venimos disfrutando mucho porque aparecen nuevas mentes, cuerpos e ideas en escena y eso nos hace crecer en aspectos que no sospechábamos», cuentan a Télam los integrantes del colectivo artístico.

En la pieza teatral «Burro», ambientada en un recinto fuera del tiempo, un burro recién fallecido se encuentra con su propio fantasma para tener una conversación acerca de cuestiones históricas, filosóficas, identitarias y simbólicas. «Históricamente, el burro ha sido encasillado como un animal difícil de domesticar, considerado torpe y terco. Se lo ha usado para ilustrar a la persona ignorante, al no educado. Pero esa testarudez ¿no lo hace más bien un héroe? ¿un posible abanderado en la rebeldía contra el amo?», propone el programa de la puesta, «una obra de tipo experimental que presenta a los seres vivos integrados dentro de un mismo cosmos, sin jerarquías, ni prejuicios, conectados entre sí en una misma dimensión», ahonda el texto de la pieza interpretada por el actor Facundo René Torres.

Según este colectivo que en su práctica investiga sobre prohibiciones, tabúes y estereotipos, «lo que en el caso de esta pieza teatral se constituyó como el guion y libreto, en obras anteriores ha conformado a veces un texto de sala, otras veces un cuadernillo que acompañó las piezas objetuales. La relación entre objetos e ideas provenientes de las investigaciones sobre los temas abordados que siempre hacemos con Tótem Tabú, en obras anteriores hacía otros recorridos».

Lo diferente entonces, al trasladarse de un ámbito al otro, de las artes visuales al teatro es que «en el caso de ‘Burro’ todo sucede a la vez ¡Y eso es bastante mágico!», completan.

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